¡Menuda conciencia social tiene nuestra clase política! Esa dedicación laboral a dos o tres bandas me parece un insulto a la inteligencia de los votantes y de los trabajadores en paro. Pero claro, a puerta cerrada, con el secretismo de alcoba y sacristía, el presidente del Parlamento y los diputados, se lo comen, se lo guisan y lo consagran.
Tenía entendido -¡si seré tonta!- que la cosa publica -claro que llamándola cosa, ¿qué podía esperar?- era dedicación exclusiva y con las guardias que las leyes demandaran; como bien sabemos no es sólo tirarse los trastos a la cabeza y poner las pertinentes zancadillas a cara de perro sino legislar para mejorar la vida de los ciudadanos y gobernar con manos de seda (aunque se utilice, también, mucha pezuña) un país, que no hace mucho, latía al son de la dictadura franquista.
También pensaba que hacer política era mirar por los otros y no por uno mismo. Resulta que estoy herrada con hache, porque cuanto sucede en el Parlamento del pueblo, es como la coz de un pura sangre.
Al parecer sus señorías no tienen bastante con sus sueldos de diputados, más los pluses por estar destinados a alguna que otra comisión y como, por si fuera poco, a través de esta lanzadera han conocido y conocen a relumbrones de la banca, de los despachos de abogados con pedigrí, de consejos de administración de lo que sea, pues han decidido dedicar todas las horas que se ausentan del hemiciclo a sus otras labores.
A ver, que me lo expliquen: ¿por qué se permite a sus señorías esta doble o triple vida laboral cuando hay tantos ciudadanos -algunos mucho mejor preparados que ellos- sin trabajo? Y sin esos matrimonios de hecho y cohecho que bendice la política.
«Son los contactos estúpida», dirían emulando a Clinton cuando en un cara a cara se lo soltó a Bush en masculino, sólo que en ese caso refiriéndose a la economía. Para llorar, ¿qué no?