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No es fácil deshacerse de los recuerdos; menos aún si estos están vinculados al despertar a la vida adulta e ir acompañados por y de una experimentada maestra de la sensualidad. Eso es lo que le ocurre a un adolescente de 15 años en su encuentro con una mujer que le dobla la edad.
La atracción que les arrebata se transforma en un secreto encuentro día tras día, en casa de la mujer, y mezcla el placer del cuerpo con el del alma; el joven Michael, lector impenitente, intercala la lectura de grandes obras de la literatura con la pasión y el aprendizaje sexual, cargado de erotismo y ternura. Pero Hanna desaparece un día sin dejarle ni una nota.
Los caminos tienen muchas revueltas, así como subidas y bajadas y en una de ellas, cuando ya es un estudiante de Derecho, asiste como observador a un juicio donde se juzga a colaboradores de los nazis. Si las casualidades existen, allí esperaba una. Su antigua amante, Hanna, es una de las acusadas.
Ella se carga con la condena más alta al admitir lo que hizo. Sin embargo sólo con que Michael hubiera contado su secreto, la pena hubiera sido más corta, al igual que la de las otras mujeres.
Ese peso, esa agonía diaria, ese miedo a reconocer publicamente una relación que estaría muy mal vista por la sociedad, nos envía un mensaje directo a la conciencia. ¿En esa situación habríamos actuado nosotros de otra forma? ¿Podríamos seguir viviendo como si no hubiera pasado nada en nuestras vidas de lo que arrepentirnos? O ¿arrastraremos para siempre la culpa de no haber ayudado desvelando su secreto por miedo a ser juzgados como colaboracionistas?
Stephen Daldry, que también dirigió la impresionante película Las horas, ha conseguido una obra -cuando menos conmovedora- de la adaptación de la novela de Bernhard Schlink, publicada en la editorial Phoenix (Orion); y, cuando más, la desmembración de nuestros conservadores cimientos.
La interpretación de Kate Winslet es estremecedora. Crea un personaje distante y cercano al que es imposible no entender y perdonar y con el que emocionarse.