Para ampliar la foto haced clic en ella. (Foto propiedad de la autora. Sin permiso de reproducción a otros).
Tom McCarthy me emocionó con Vías Cruzadas, película que escribió y dirigió, y por supuesto, me enseñó a mirar sin miedo la diferencia. En este caso la diferencia de una persona pequeña, pero mucho más grande que otros con centímetros de más. Si aquella película me conmovió, The visitor no sólo no le va a la zaga sino que estremece su lección de humanidad transformadora y solidaria.
¡Cómo nos puede cambiar la vida cuando la casualidad nos empuja por caminos que ni buscamos ni esperamos! Así le ocurre a Walter Vale, un hombre sin sal, ni paz, ni amigos y si me apuráis más bien una especie de zombi atascado en su ombligo y en hazañas que no pueden ser las suyas, una vez perdido en esa existencia amorfa debido a la muerte de su mujer y a la apatía para enseñar a sus alumnos.
Pero un hecho le volverá del revés. Empezará a latir de nuevo. A mirar a la gente que le rodea, a sentir atracción, a pesar de sus 62 años, por alguien cuyo pasaporte se llama ternura.
Richard Jenkins, el padre muerto pero que se aparece a sus hijos -esa tribu de jóvenes perdidos en sus miedos- de la serie de HBO A dos metros bajo tierra, tiene una interpretación tan cercana, tan auténtica, que conmueve y estremece. No menos trascendente es el papel de Hiam Abbas, protagonista de Los limoneros, a la hora de descongelar a este hombre y su bongo. Y los secundarios tienen la grandeza de las primeras figuras. Creíbles, cercanos.
Cine de compromiso, de los adentros, de ése que remueve y que pregunta. ¿Obtendrá nuestra respuesta?