El río Cañizares se abre paso, bronco, entre cañizos -de ahí su nombre- que suele arrastrar. Mientras tanto suelta exabruptos como blasfemias, al tiempo que enciende velas a intereses ocultos y arrolla otros objetos al uso cuando se cruzan en sus circenses piruetas.
El cauce de este río no controla las embestidas en el discurrir del agua; así pues salpica de cazcarrias a quienes no se apartan de su camino. Y si no hay nadie a quien manchar, se lo inventa.
Dicen que este río es muy piadoso y ostenta un alto cargo en la iglesia fluvial. Sin embargo, el Cañizares -cada vez más ennegrecido- no puede entender por qué la gente se lleva las manos a la cabeza por aquellos subafluentes mojados y manchados hasta las trancas al arrasar purezas infantiles cuando -insisten- hay gentuza abortando el nacimiento de otras fuentes de vida en camino hacia los lechos de estos ríos.
No se pierdan el incomprendido rasero por el que discurren el Cañizares y sus subafluentes; luego pásmense, si todavía no lo han hecho, con el Mayor -en dique seco desde que perdió el puesto a dedo en la nomenclatura PePina- defendiendo con capa y espada las tesis del Cañizares y su zambomba, un poco antes de ser corregido por quienes le han colocado en el disparadero hacia Europa. ¿Con qué calibre le envían al exilio? Ya se sabe no te fíes de los tuyos porque ¿quiénes son y dónde están?
¡Un poquito de por favor y menos Españas de pandereta y sacristía! Aunque lo hayan olvidado tenemos la Constitución que hemos conquistado después de que muchos ríos como el Cañizares llevaran bajo palio al dictador. ¿No sería mejor que de una vez por todas, salieran de su sinuoso y estrangulante cauce y se relacionaran con el mundo, no el que habitan, tal cual les manda la iglesia fluvial, se casaran y tuvieran hijos? Pues eso. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado. ¡Ya está bien, hombre!